23 de septiembre de 2011

JUANA AZURDUY DE PADILLA

Nació en Chuquisaca el 12 de julio de 1780. Parte de su infancia vivió en las tierras de su padre ubicadas en la cabecera del Río Chico y en el Cantón de Toroca.

Posteriormente, se trasladó con su madre a la ciudad para aprender sus primeras letras y el catecismo, pero poco tiempo después murió su progenitora, por lo que su padre debió llevar a Juana y su hermana menor Rosalía a vivir nuevamente a su hacienda, sin embargo, pocos años después también él murió, dejando a ambas hijas como herederas de extensas tierras. Asumieron la tutoría de las hermanas, su tía Dña. Petrona Azurduy y el esposo de esta, que se hizo cargo de la administración de sus propiedades.


A los 17 años, Juana Azurduy ingresó como educanda al Monasterio de Santa Teresa, donde solamente permaneció por aproximadamente 6 meses, porque su carácter rebelde contrastaba con la vida de sumisión del claustro. De regreso a la casa de sus tíos, se hizo cargo de sus tierras por la avanzada edad de su tutor.

Al cabo de un tiempo, se reencontró con un conocido de su infancia, Manuel Ascencio Padilla. Empezaron una sólida amistad, cimentada en los ideales de libertad, igualdad y justicia que compartían, la que paulatinamente se convirtió en amor y contrajeron matrimonio en el año 1805. De esta unión nacieron cinco hijos: Manuel, Mariano, Juliana, Mercedes y Luisa.

Durante los últimos años de la colonia, se manifestó el descontento de los criollos debido a su sistemática exclusión de las decisiones políticas y económicas, así como, por el establecimiento de un régimen de monopolios e impuestos gravosos por parte de la metrópoli. Al mismo tiempo, los doctores de la Universidad de Charcas, se encargaron de difundir los ideales de libertad, igualdad y soberanía proclamados por los ideólogos de la Ilustración, los cuales les sirvieron de sustento para liderar la Revolución de Chuquisaca del 25 de mayo de 1809.

Como resultado de la Revolución, Juan Antonio Álvarez de Arenales fue designado Comandante General y Gobernador de Armas de la Provincia de Chuquisaca. Mientras tanto, el Gobernador de Potosí, Francisco de Paula Sanz, comenzó a preparar la resistencia con los habitantes de Chuquisaca y Yamparáez, ordenando a los indios del distrito de Chayanta que proveyeran de víveres y forraje a sus soldados. Sin embargo, Manuel Ascencio Padilla se encargo de impedir la colaboración de los pobladores al ejército realista, quedando desde entonces comprometido con la causa revolucionaria.

En los meses siguientes, se levantaron otras regiones del Alto Perú. El 14 de septiembre de 1810, al mando de Esteban Arze, Cochabamba proclamó a la Junta de Buenos Aires, y Padilla acudió a ponerse bajo sus órdenes.

Inicialmente, la colaboración de doña Juana se centró en dotar de alimentación y alojamiento a los revolucionarios, entre ellos, a Juan José Castelli que comandaba el primer ejército auxiliar argentino. Cuando se produjo la derrota de este ejército, las autoridades realistas ordenaron la confiscación de los bienes de Manuel Ascencio Padilla y el arresto de su esposa.

Doña Juana se refugió con sus hijos en la casa de unos amigos en las afueras de Chuquisaca, pero la delación de unos vecinos dio como resultado su detención. Sin embargo, la liberaron con prontitud, a fin de vigilarla y aprehender a su esposo cuando fuera a buscarla. No obstante, Manuel Ascencio Padilla, burlando la vigilancia, logró recoger a su esposa e hijos para refugiarlos en un lugar seguro, mientras el continuaba en la lucha libertaria.

En junio de 1812, Padilla regresó al lado de su familia, después de haber sufrido la derrota del Quehuiñal como soldado integrante del ejército de Esteban Arze. Llegó con la noticia del combate producido en la colina de San Sebastián, donde las mujeres cochabambinas habían resistido heroicamente a las tropas de Goyeneche. Este acontecimiento, inspiró a Doña Juana el deseo de participar activamente en la lucha libertaria, por lo que pidió a su esposo que le permitiera acompañarlo, pero él se negó rotundamente.

Posteriormente, Manuel Ascencio Padilla partió nuevamente; esta vez, rumbo a las pampas argentinas, para unirse a los ejércitos auxiliares que entrarían al Alto Perú para expulsar a los realistas. Varios meses después, regresó con el grado de Teniente Coronel y el título de Comandante argentino que le había otorgado el General Manuel Belgrano por haber vencido en la Batalla de Tucumán.

Al cabo de un tiempo, Padilla debía regresar a la lucha. Inmediatamente a su partida, doña Juana decidió dejar a sus hijos al cuidado de unos parientes que vivían en el pueblo de La Laguna, para dar alcance a su esposo en Tarabuco. Al encontrarse con él, le advirtió que sería inútil que protestara y pretendiera obligarla a volver, porque ella estaba decidida a acompañarlo en la revolución.

La valentía, liderazgo y carisma de Juana Azurduy se hicieron patentes cuando ella, cabalgando por los contornos de Tarabuco, logró reunir a diez mil indios y algunas mujeres que, siguiendo su ejemplo, se unieron a la causa libertaria.

La tropa comandada por los esposos Padilla, acudió a unirse al ejército de Manuel Belgrano que marchaba en dirección de Vilcapugio, donde el 1 de octubre de 1813 se produjo una batalla que, lamentablemente, concluyó con la derrota de Belgrano. Sin embargo, los esposos Padilla y sus guerrilleros no intervinieron en el combate, se les asignó la labor de conducir a la artillería por las rutas peligrosas de las montañas.

Al saber que no se les permitió participar en combate porque les faltaba disciplina, doña Juana organizó a sus seguidores formando un Batallón al que dio la denominación de “Leales”, el cual en el futuro demostró, no solamente su lealtad, sino también su valor y organización.

Producida la derrota y retirada del segundo Ejército Auxiliar argentino, empezó la guerra de Republiquetas que se prolongó por varios años. La región en que combatieron los esposos Padilla se extendió desde el norte de Chuquisaca hasta las selvas de Santa Cruz. Su cuartel general se encontraba en el pueblo de “La Laguna” e instalaron un pequeño cuartel en Pomabamba. Se relacionaron por el Norte con Juan Antonio Álvarez de Arenales e Ignacio Warnes, por el Este con Vicente Umaña y el cacique Cumbay y por el Sur con Vicente Camargo y las guerrillas de Tarija. Varios hombres combatieron a sus órdenes, destacando entre ellos Huallparrimachi, Pablo Zárate y Pedro Padilla.

Combatieron contra los realistas con astucia y valentía porque carecían de armas suficientes y entrenamiento para la guerra. Salían victoriosos de muchas batallas, pero también eran derrotados en otras.

Ante la acometida del General en Jefe del Ejército realista, Joaquín de la Pezuela, Padilla tuvo que acudir a combatir con Umaña, dejando a sus hijos y doña Juana en el Valle de Segura (Tomina). El batallón de Manuel de Ponferrada intentó detener a doña Juana, por lo que se vio obligada a huir con sus hijos, internándose en el monte. Sus cuatro hijos estaban enfermos con paludismo y después de sucesivas recaídas los dos varones murieron por la enfermedad, el hambre y la sed.

Después de varios días perdida en el monte y de haber arañado la tierra con sus manos para enterrar a sus hijos, fue rescatada por Padilla que, habiéndose enterado de su huida, fue en su búsqueda.

A partir de ese momento, doña Juana se volvió más dura e implacable en la lucha, declaró una guerra sin cuartel por la muerte de sus hijos y decidió que ya no se aplicaría la ley del talión, por un muerto patriota se exigirían dos muertos realistas.

Los esposos Padilla sufrieron la deserción de sus soldados, desmoralizados por las derrotas. Inclusive, Umaña se rebeló, pero con la ayuda de las huestes de Cumbay lo obligaron a huir.

Una vez reorganizados, se aprestaban los guerrilleros para ir a La Laguna, pero doña Juana tuvo que acudir rápidamente al valle de Segura porque le informaron que sus hijas estaban gravemente enfermas. El paludismo y la disentería concluyeron por extinguir la vida de ellas.

A su regreso, Padilla se enteró de la muerte de sus hijas, pero también de un nuevo embarazo de su esposa, el cual no impidió que doña Juana continuara en la Revolución. Participó en numerosas batallas en contra de sus principales enemigos: Benavente y Ponferrada, hasta que dio a luz al borde del río auxiliada por una india de Pitantora. Vistió a su hija con una bayeta y una camisita humilde que le obsequiaron, pero ante la cercanía del enemigo tuvo que escapar con su hijita en brazos.

Gracias a la valentía, coraje y ascendiente que doña Juana tenía sobre su tropa, los patriotas resultaron victoriosos en diversas batallas; dentro de las cuales cabe destacar la batalla del Villar, en la que a caballo y blandiendo su espada se abrió paso entre la tropa realista y dando muerte al abanderado le arrebató el blasón español que llevaba los lauros de la reconquista de Puno, Cuzco, Arequipa y La Paz. Los españoles huyeron dejando en el campo 15 muertos, 20 heridos y todo su material bélico. Esta actitud heroica, le valió el nombramiento de Teniente Coronel de las milicias partidarias de los Decididos del Perú, por parte del gobierno de Buenos Aires.

En varias ocasiones, los esposos Padilla recibieron ofertas de honores y recompensas a condición de que abandonaran la guerra, pero invariablemente las rechazaron. Los realistas llegaron a ofrecer 10.000 pesos por la cabeza de Padilla y doña Juana.

El 14 de septiembre de 1816, en una nueva batalla en el Villar, fue muerto Padilla y perseguida doña Juana. Confundieron a otra mujer con ella y la degollaron, llevando ambas cabezas para exhibirlas en el pueblo de La Laguna, donde permanecieron durante más de seis meses, hasta que un grupo de indios recuperó la cabeza de Padilla y la depositó en el templo para rendirle honores que fueron presididos por doña Juana.

Desde la muerte de su esposo, doña Juana se recluyó con su hija en una finca llamada Chaquimayu en el cantón de Takopaya. No obstante, en varias ocasiones intentó reestructurar su batallón de leales, pero las disidencias por el mando que fueron surgiendo entre los sucesores de Padilla, lo hicieron imposible.

Por ello, doña Juana dejó a su hija en el valle de Segura y se dirigió primero a Tarija y, posteriormente, al norte argentino donde se unió al ejército de Salta comandado por el General Martin Güemes, permaneciendo con éste hasta la muerte de Güemes en junio de 1821.

Imposibilitada de regresar a Chuquisaca, que se encontraba aún bajo el dominio de los realistas, Juana Azurduy sobrevivió como pudo sin recursos económicos, hasta que en 1825 fue encontrada por los gauchos de Güemes vagando hambrienta por el Chaco. La llevaron a Salta donde el gobierno le otorgó cuatro mulas y la suma de 50 pesos para los gastos de su retorno.

Salió de Salta después de la guerra de Tumusla, en la que el coronel Altoperuano Carlos Medinacelli Lizarazu, había derrotado al último realista. A su llegada a Chuquisaca, no recibió muestra de aprecio o agradecimiento alguno por su aporte a la independencia, que en ese momento se celebraba.

Doña Juana pudo recuperar su Hacienda de Cullcu, gracias a un Decreto Supremo firmado por el Mariscal Antonio José de Sucre que ordenaba la restitución a sus legítimos propietarios de los bienes que habían sido confiscados a los guerrilleros de la independencia.

Como una ayuda del gobierno, el entonces Prefecto de Chuquisaca, General Andrés de Santa Cruz, ordenó un pago de 100 pesos a favor de doña Juana, suma que solamente le alcanzó para instalar su hogar y organizar su hacienda.

En noviembre de 1825, el Libertador Simón Bolívar efectuó una visita oficial a Juana Azurduy acompañado del Mariscal de Ayacucho, el guerrillero Lanza y su Estado Mayor, para rendirle homenaje y manifestarle su agradecimiento por su heroica contribución a la causa libertadora.

En esa ocasión, Bolívar fue testigo de la pobreza en que vivía doña Juana y al saber que como única retribución a su valor y coraje había recibido la suma de 100 pesos, ordenó que se le asignara una pensión vitalicia de 60 pesos mensuales, la misma que fue posteriormente elevada a 100 pesos por el Mariscal de Ayacucho.

Sin embargo, doña Juana gozó de ese emolumento solamente por cortos periodos, puesto que en los primeros meses de 1828, volvió la anarquía al país y las sucesivas administraciones suspendieron el pago. En 1848, el Presidente Belzu dispuso la reposición de esta pensión, pero en 1857 el Presidente José María Linares ordenó la reducción de sueldos y pensiones, por lo que la retribución a doña Juana fue disminuida al 60%, lo que la forzó a vender su hacienda para poder sobrevivir.

Desde su regreso a Chuquisaca, doña Juana vivió en compañía de su hija Luisa, su yerno y su nieta. Años después, la familia de Luisa abandonó Chuquisaca por motivos laborales del esposo. Entonces, doña Juana recogió a un niño abandonado al que crió hasta su muerte y que fue el único que la asistió en sus últimas horas.

El 25 de mayo 1862, sola, enferma y olvidada dejó de existir doña Juana Azurduy de Padilla. Los vecinos pidieron a las autoridades que se brindaran las honras fúnebres correspondientes, pero éstas contestaron que estaban ocupadas rememorando un aniversario más del primer grito libertario, por lo que el cortejo fúnebre se redujo a un pequeño grupo de personas.

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