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11 de junio de 2025

EL SOCIALISMO ¿ESPERANZA O PELIGRO? TÚ TIENES LA ÚLTIMA PALABRA



 


Son varias las modalidades de socialismo que se han desarrollado según la coyuntura política, social y económica en cada etapa histórica.

Así, esta corriente de pensamiento político, comenzó a configurarse hacia finales del siglo XVIII, como una respuesta a dos fenómenos históricos clave: la crisis del liberalismo y los profundos cambios originados por la Revolución Industrial. La exaltación excesiva de los derechos individuales dentro del modelo liberal dio paso a un sistema que favorecía la acumulación de poder por grupos reducidos, marginando económica y socialmente a la mayoría.

El Estado liberal, en su concepción original, tenía como misión proteger las libertades individuales y mantener un orden jurídico que facilitase el libre desenvolvimiento de las fuerzas económicas. Así, el liberalismo económico defendía principios como la propiedad privada de los medios de producción, la libre competencia y la contratación laboral sin intervención estatal.

Sin embargo, la Revolución Industrial generó una transformación socioeconómica sin precedentes: el paso de una economía agraria a una economía industrial dio lugar a la formación del proletariado, una nueva clase trabajadora desplazada del campo a las ciudades. Las condiciones laborales impuestas por el sistema capitalista eran injustas y precarias, lo que impulsó a los trabajadores a organizarse colectivamente para luchar por derechos fundamentales como el salario mínimo, la jornada laboral limitada y la protección social.

En este contexto, el socialismo emergió como ideología política y socio-económica. Inicialmente promovido por pensadores como Saint-Simon, Proudhon, Fourier y Owen, evolucionó hasta convertirse en una doctrina de masas impulsada por sindicatos y partidos obreros. Esta evolución alcanzó un hito en 1848 con la publicación del Manifiesto del Partido Comunista, redactado por Karl Marx y Friedrich Engels.

Posteriormente, Marx publicó su obra El Capital, donde expone una crítica al capitalismo, argumentando que este sistema genera una lucha de clases entre burguesía y proletariado. Según su análisis, el trabajo asalariado crea plusvalía, fuente de la riqueza capitalista. Esta concepción dio origen al socialismo marxista, también denominado comunismo.

Desde una perspectiva socioeconómica, el marxismo propone la abolición de la propiedad privada y sostiene que el Estado debe controlar los medios de producción, convirtiéndose en el único empleador. Solo reconoce los derechos sociales y propugna una sociedad sin distinciones de clase.

En el plano político, el marxismo plantea una evolución en tres etapas: dictadura del proletariado para suprimir a la clase dominante, instauración de una democracia obrera basada en el centralismo democrático, y finalmente, la abolición del Estado para alcanzar una sociedad comunista sin clases. En este sistema, la clase trabajadora se organiza en un único partido político y se suprime la separación tradicional de los poderes del Estado.

Durante el siglo XX, varios países adoptaron el modelo socialista marxista. La Unión Soviética, tras la Revolución de 1917, fue el primer país en establecer una economía planificada y abolir la propiedad privada. Después de la Segunda Guerra Mundial, otros países siguieron este ejemplo, entre ellos, China con Mao Zedong, algunas naciones de Europa del Este y África, Corea del Norte y Cuba que adoptaron el marxismo-leninismo como ideología oficial, con economías centralizadas, partido único y control estatal.

El colapso de la Unión Soviética en 1991 marcó el declive del modelo, aunque algunos países como China, Vietnam y Laos conservaron estructuras marxistas, combinando autoritarismo político con reformas económicas de mercado. Cuba, desde que perdió el apoyo soviético, enfrenta una seria crisis económica. Corea del Norte permanece como un Estado totalitario, con una economía cerrada y fuerte represión interna.

Ahora, retomemos el hilo histórico para situarnos a fines del siglo XIX, momento en que emergió en Alemania —y posteriormente se expandió por gran parte de Europa— una nueva forma de socialismo. Este enfoque renovado ha sido denominado de diversas maneras: socialismo reformista, revisionista o simplemente socialismo moderado. Cada una de estas denominaciones refleja su carácter y distancia respecto del marxismo clásico.

Durante las últimas décadas del siglo XIX y los albores del siglo XX, tanto pensadores, como partidos socialistas, comenzaron a poner en tela de juicio la viabilidad de una transformación social mediante la vía revolucionaria. En este contexto, destacó la figura de Eduard Bernstein, quien propuso el revisionismo marxista. Según Bernstein, era posible alcanzar una sociedad más justa a través de reformas progresivas dentro del marco democrático, abandonando la vía violenta.

Fue así cómo surgió en Europa una corriente del socialismo revisionista, conocida como socialdemocracia. Esta nueva perspectiva renunciaba expresamente a la revolución violenta y, en cambio, aceptaba la permanencia de la economía de mercado. No obstante, abogaba por una fuerte intervención del Estado para corregir las desigualdades generadas por el capitalismo.

El objetivo de la socialdemocracia no era la abolición del sistema capitalista, sino su transformación progresiva a través de políticas redistributivas, la ampliación de derechos laborales y la consolidación de servicios públicos esenciales. En definitiva, se trató de una transición que desplazó la lucha revolucionaria hacia una estrategia parlamentaria, en la que se conciliaban los ideales socialistas con los principios de la democracia liberal.

Esta evolución ideológica dio origen a una forma de organización política y económica que busca integrar los valores del socialismo con las instituciones democráticas y los mecanismos de la economía de mercado. Así nació la socialdemocracia como una fuerza que propugnaba el cambio desde dentro del sistema, utilizando las herramientas del sufragio, la legislación y la negociación política.

Un ejemplo emblemático de esta nueva orientación se encuentra en el proceso constituyente que condujo a la promulgación de la Constitución de Weimar en Alemania, en 1919. Esta carta magna incorporó derechos sociales, estableció el sufragio universal e instauró un régimen democrático inspirado en los ideales de justicia social y participación ciudadana, promovidos por la socialdemocracia.

Sin embargo, es importante destacar que la Constitución de Querétaro, promulgada en México en 1917, fue la pionera al reconocer formalmente los derechos sociales y establecer mecanismos concretos para su cumplimiento.

Ambas constituciones —la mexicana y la alemana— dieron origen a una nueva corriente jurídica y política conocida como Constitucionalismo Social. Este nuevo paradigma establece, entre sus principios básicos, el respeto a la propiedad privada, siempre que ésta cumpla una función social. Asimismo, reconoce que el Estado debe intervenir activamente en las relaciones laborales, regulando aspectos como la jornada de trabajo, vacaciones, beneficios sociales, el derecho de huelga y la libertad sindical.

En el plano económico, el constitucionalismo social sostiene que el Estado debe tener un rol planificador, regulador y orientador de la economía nacional. Todo ello debe realizarse bajo el principio rector de la justicia social, aunque sin excluir la participación de la iniciativa privada. Se consagra así el derecho a ejercer libremente profesiones, industrias, comercios y cualquier actividad laboral lícita.

El constitucionalismo social representa una transformación del concepto de constitución, la misma que no se limita a proteger derechos individuales, sino que también impone al Estado el deber de garantizar condiciones materiales mínimas de vida. Reconoce que la libertad formal carece de contenido si no se acompaña de medios materiales para ejercerla. Por eso, derechos como la educación, salud, trabajo digno y vivienda adquieren carácter constitucional.

Finalmente, a inicios del presente siglo emergió el denominado socialismo del siglo XXI, una propuesta originada en América Latina que busca adaptar el socialismo clásico a los desafíos contemporáneos. A diferencia del modelo soviético del siglo XX, centrado en la planificación estatal y la economía cerrada, esta nueva versión incorpora elementos democráticos, participación popular, soberanía nacional y justicia social.

El socialismo del siglo XXI se propone como una alternativa al neoliberalismo, defendiendo el control social sobre los recursos estratégicos y promoviendo procesos constituyentes para redefinir el papel del Estado y ampliar los derechos sociales, ambientales y culturales.

Promovido por Hugo Chávez en Venezuela, se extendió a otros países latinoamericanos con expresiones diversas y estabilidad variable. Si bien ha logrado cierto apoyo popular, también ha sido objeto de múltiples críticas debido a sus tendencias autoritarias de diversa magnitud, propensión a la perpetuación en el ejercicio del poder del Estado y la fuerte dependencia de los recursos naturales.

En suma, el liberalismo y el capitalismo, como sistema económico derivado del primero, representa una postura radical que enfatiza la propiedad privada, el libre mercado, los contratos laborales sin regulación estatal y la primacía de los derechos individuales. Este modelo busca minimizar la intervención gubernamental, confiando en que la competencia y la iniciativa privada generan prosperidad. 

En el extremo opuesto, el socialismo marxista propone la abolición de la propiedad privada y la concentración absoluta del poder económico en el Estado, que actúa como único empleador y planificador. Este sistema prioriza los derechos colectivos sobre los individuales, eliminando las dinámicas de mercado en favor de una economía centralizada. 

Entre ambos polos, se erige el socialismo moderado o revisionista, una corriente ecléctica que combina elementos del liberalismo y el marxismo. El Estado asume un rol rector en la economía, pero sin suprimir la iniciativa y propiedad privada. Este modelo, plasmado en el constitucionalismo social, reconoce tanto derechos individuales como sociales, aunque subordina los primeros al interés colectivo. 

Sus expresiones ideológicas son la socialdemocracia y el socialismo del siglo XXI. La primera aboga por reformas graduales a través de mecanismos institucionales, mientras que el segundo justifica cambios revolucionarios, incluso mediante la violencia.


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