
En los últimos años, la Iglesia Católica ha enfrentado uno de los desafíos más complejos y dolorosos de su historia contemporánea: la necesidad de responder de manera efectiva, transparente y contundente a los abusos sexuales cometidos por miembros del clero y a las redes de encubrimiento que los han protegido.
Desde el pontificado de Benedicto XVI, se dieron los primeros pasos orientados a establecer sanciones claras frente a las denuncias de pederastia cometidas por miembros de la Iglesia. Tanto Benedicto XVI, como su sucesor, el papa Francisco, impulsaron numerosas reformas al Código de Derecho Canónico, para garantizar la aplicación de sanciones más eficaces.
Entre las reformas, destacan la eliminación del secreto
pontificio en casos de delitos sexuales, la implementación de procedimientos
administrativos abreviados para casos flagrantes, y la incorporación de
criterios objetivos para determinar la sanción más adecuada según la gravedad
del delito. Asimismo, se estableció la obligación de informar a los superiores
jerárquicos y fiscales del Vaticano sobre cualquier acusación de abuso, así
como sobre posibles omisiones en los procesos investigativos y sancionadores.
Estas normas se extendieron incluso a los laicos con funciones dentro de
estructuras eclesiales, como fundadores de movimientos religiosos o
administradores.
En la práctica, Benedicto XVI sancionó a los fundadores
de dos importantes congregaciones latinoamericanas por abuso físico,
psicológico y sexual contra decenas de seminaristas, sacerdotes y jóvenes
católicos. Nos referimos al mexicano Marcial Maciel y al chileno Fernando
Karadima, ambos retirados del ministerio activo y confinados a una vida de
oración y penitencia, que equivaldría a una forma de arresto domiciliario dada
su avanzada edad y la inexistencia de recintos penitenciarios eclesiásticos.
Posteriormente, Benedicto XVI ordenó una visita
apostólica a las sedes de los Legionarios de Cristo, presentes en 21 países.
Esta revisión interna concluyó con la sanción de al menos 27 sacerdotes y
diáconos por encubrimiento, y el inicio de reformas institucionales orientadas
a prevenir futuros abusos.
Bajo el pontificado de Francisco, la respuesta eclesial a
los casos de abuso se volvió aún más decidida. En 2018, tras las protestas de
víctimas de Karadima por el nombramiento de Juan de la Cruz Barros como obispo
de Osorno (Chile), el Papa envió una comisión investigadora compuesta por
Monseñor Charles Scicluna y Monseñor Jordi Bertomeu. El resultado de dicha
investigación derivó en la expulsión de Karadima del sacerdocio, la aceptación
de la renuncia de Barros y de otros obispos chilenos cuyo encubrimiento fue
comprobado. Ese mismo año, el Papa Francisco publicó una carta dirigida “al
pueblo de Dios”, donde condenó los abusos sexuales, de poder y de conciencia, e
instituyó la política de “tolerancia cero” para autores y encubridores.
Entre 2013 y 2024, Francisco sancionó a más de siete
pederastas y quince encubridores en países como Irlanda, Estados Unidos,
Australia, Polonia, India y Alemania. En varios casos, aceptó renuncias
forzadas y expulsó del estado clerical a sacerdotes responsables.
En enero de 2019, una carta firmada por víctimas peruanas
de Luis Fernando Figari llegó al Vaticano. A diferencia de otros casos, Figari
era un laico católico que, en 1971, cofundó el Sodalicio de Vida Cristiana
(SVC), una sociedad de vida apostólica integrada por laicos y clérigos. Si bien
renunció a la dirección del Sodalicio en 2010, ya desde el año 2000 había
denuncias públicas sobre abusos físicos, psicológicos y sexuales cometidos por
él y otros miembros.
Entre mayo y septiembre de 2011 se presentaron tres
denuncias formales ante el Tribunal Eclesiástico Interdiocesano de Lima, que
fueron remitidas al Vaticano. Investigaciones realizadas por la Comisión
Scicluna–Bertomeu y por el propio Sodalicio, confirmaron la participación de
Figari y otros miembros en al menos 30 casos de abuso contra menores y adultos
vulnerables. En 2024, el Vaticano decretó la expulsión de Figari y de otros 14
miembros de la organización, incluido el Arzobispo de Piura, en calidad de
encubridor.
En enero de 2025, el papa Francisco firmó el decreto de
supresión de todas las entidades que integraban la llamada “familia Sodalite”,
por falta de carisma fundacional, es decir, por carecer de un verdadero don del
Espíritu Santo para el bien común de la Iglesia. Para llevar a cabo su
disolución, fue designado como comisario apostólico Monseñor Jordi Bertomeu.
Dentro de este contexto, destaca especialmente la figura
del entonces Obispo de Chiclayo, Robert Francis Prevost —hoy León XIV—. Desde
2018, Prevost se reunió con víctimas del Sodalicio, facilitó la llegada de sus
denuncias al papa Francisco y respaldó el pedido de que la comisión
Scicluna–Bertomeu se hiciera presente en el Perú. En enero de 2023 fue nombrado
Prefecto del Dicasterio para los Obispos, uno de los organismos más influyentes
de la Curia Romana, encargado de proponer al Papa la creación, modificación o
supresión de diócesis, así como los nombramientos, renuncias y evaluaciones de
obispos. En el ejercicio de esta función, Prevost jugó un rol fundamental en la
expulsión de Figari, la aceptación de la renuncia del Arzobispo de Piura y la
disolución definitiva del Sodalicio de Vida Cristiana.
No obstante, como ha ocurrido con otras organizaciones
coercitivas, sean religiosas o no, el proceso de depuración fue acompañado por
campañas de desprestigio y persecución judicial contra periodistas,
denunciantes y autoridades eclesiásticas. Al igual que había sucedido en los
casos de Maciel y Karadima, se desplegaron campañas de “linchamiento mediático”
contra quienes expusieron, tanto los abusos sexuales, como las irregularidades
financieras del Sodalicio. Varios periodistas enfrentaron allanamientos, el
secuestro de sus dispositivos, el levantamiento del secreto de sus
comunicaciones privadas y múltiples procesos judiciales aún en curso.
Estas campañas se dirigieron también contra Monseñor
Bertomeu y el Cardenal Prevost en momentos clave: durante las investigaciones que
derivaron en la supresión del Sodalicio y, posteriormente, en el contexto del
cónclave convocado tras el fallecimiento del papa Francisco. Al surgir la
posibilidad de que Prevost fuera elegido como nuevo pontífice, ciertos sectores
laicos y clericales vinculados al Sodalicio reactivaron una denuncia por
presunto encubrimiento de abusos cometidos por dos sacerdotes en la Diócesis de
Chiclayo.
No obstante, esta denuncia ya había sido esclarecida
públicamente por los sucesores del Obispo Prevost mediante declaraciones a la
prensa y un comunicado oficial emitido en septiembre de 2024. En él se detalla
que, tras la denuncia presentada por tres víctimas en abril de 2022, el Obispo
Prevost adoptó medidas cautelares, retirando a los sacerdotes de sus parroquias
y prohibiéndoles el ejercicio público del ministerio. Se inició además una
investigación previa, cuyos resultados fueron remitidos en julio de ese año al
Dicasterio para la Doctrina de la Fe, competente en materia de abusos sexuales
cometidos por clérigos. En abril de 2024, el obispo Prevost dejó Perú para
asumir el cargo de Prefecto del Dicasterio de los Obispos en el Vaticano.
Este recorrido evidencia, tanto los avances
significativos realizados en la lucha contra el abuso dentro de la Iglesia
Católica, como los desafíos persistentes que enfrentan quienes se comprometen
con la justicia y la reforma institucional.
Sin lugar a dudas, aún queda bastante por hacer en cuanto
a la resolución de las denuncias pendientes y la aplicación efectiva de las
reformas canónicas, particularmente en el contexto latinoamericano. No
obstante, es importante tener presente que las disposiciones del Derecho
Canónico, al igual que las leyes civiles, no tienen carácter retroactivo. Esto
implica que las normas se aplican a los casos ocurridos con posterioridad a su
promulgación. En consecuencia, es previsible que los efectos concretos de estas
reformas requieran tiempo para hacerse plenamente visibles.
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